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40 días después

Jesús o Issa, como prefería que lo llamaran ahora, contemplaba la inmensidad del horizonte del Mar Mediterráneo. Todavía le dolían los latigazos en su espalda. Se había debilitado por tanto maltrato y un ensañamiento que se prolongó, con cada tortura recibida desde su celda hasta su destino de su crucifixión.

Anunciar la verdad, el amor y la compasión, había desatado entre sus detractores, una violencia inimaginada. Hasta entre los suyos se habían producido silencios y complicidades cuando las cartas de su suerte (o su destino) estaban echadas.  

¡Qué hubiera sido  sin las gestiones del bueno de Cirio! Este romano, se había jugado el pellejo, aprovechando la simpatía con la esposa de Pilatos, para convencerlo de que no le rompieran sus tobillos y que luego permitiera a ella, junto a su madre y su hermano, En el otro extremo de sus sentimientos, se torturaba con la idea, para él inconcebible, de la lejana e inconcebible noticia del suicidio de Judas. Esta imagen, de su amigo traidor, le volvía con una insistencia inusual, a veces en pesadillas.

- A Cirio le pedimos que intercediera para que conserváramos tu cuerpo, para limpiarlo y darte santa sepultura - le había confiado Magda – con lo que hizo, merece que lo consideres un apóstol más.

Otro tema difícil de digerir para Issa, fue el extraño comportamiento de Pedro, luego de hacerle saber su intención de que Magda liderara el mensaje de amor por el mundo.

Magda había sorprendido al Maestro rodeándolo con sus brazos. El la contemplaba con una sonrisa, aunque ella adivinaba sus pensamientos.
- ¿Preocupado? - preguntó, Issa asintió con un cabeceo – Bueno, tengo buenas noticias, Cirio esta aquí - Issa sintió algo de alivio.
- Es bueno saber que Cirio esta nuevamente entre nosotros. Ya se expuso demasiado. No quiero arriesgar a nadie más.


La huida de Jerusalén, resultó penosa. Gracias al empleado de Pilatos, que  había congeniado astucia con valentía, encontró una salida airosa para él, María, Magda y Santiago. La ayuda para escapar provino de quien menos lo esperaba. Por eso, en silencio continuaba reprochando a quienes se hacían llamar “sus seguidores, sus apóstoles” hombres temerosos hasta la ingratitud, a quienes les había confiado en estos años la Buena Nueva, compartiendo con ellos su tiempo y su comida.

 

- Jesús, cariño, a esta altura no tiene sentido lamentarse – Magda volvía a leerle los pensamientos - Ya no se puede cambiar nada.
- Prefiero que te acostumbres y me llames Issa, mi nuevo nombre, Magda – ella se disculpó con una caricia que hizo entrecerrar sus ojos, el mar comenzaba a mojar suavemente sus pies. La marea crecía. Luego de unos segundos prosiguió - pero el futuro puede ser diferente. Necesito saber que ocurrió con Pedro y  mis … –
- ¿Tus? – Magda lo interrumpió repentinamente colérica – ibas a decir “¿tus amigos?”, “¿tus apóstoles?”¡ No veo a ninguno, ni aquí ni cuando te torturaron y menos en la cruz! - Issa, le hizo un gesto de alto con la mano. Magda frenó con brusquedad las palabras que tenía para decirle, pero sin pestañear comprendió la serenidad de Jesús… de Issa, tenía que acostumbrarse, sentía su dolor que persistía en sus ojos y lo invadía. La traición lo perseguía como una tristeza que cernía su mejores augurios. Hubo una pausa entre los dos, la brisa y el sonido del oleaje cobraron nitidez. Issa, volvió a contemplar el horizonte.
- En realidad no puedo creer lo del suicidio de Judas…

En este tiempo de convalecencia, Issa había tenido oportunidad de reflexionar sobre su derrotero, desde aquella noche en la que Judas (y cada vez que pensaba en esto sentía una puntada en el corazón y en las muñecas), lo había entregado a los romanos. También lo azolaba la expresión fría de Pedro, cuando le contó sus intenciones sobre la continuidad de sus enseñanzas si él no estaba más en este mundo. Luego, recordaba por destellos, los días dentro de la caverna, donde le hicieron las primeras curaciones su madre, Magda y su hermano Santiago, para luego huir de Jerusalén, trasladándolo casi moribundo, hasta acampar sobre las costas del mar Mediterráneo.  A menudo se convencía que prácticamente, y sin intervención celestial, había resucitado. El plan era otro, y ahora reconocía que todavía tenía que arreglar unos cuantos asuntos pendientes. Cuando aquel soldado romano le apuntó al corazón con su lanza, había cerrado sus ojos con fuerza pensando que ése era el fin.

Luego de todas estas peripecias que lo habían depositado en este nuevo presente, caía en cuenta que tenía una nueva oportunidad. Porque si hubiese terminado todo en la cruz “disfrutaría” de una muerte perfectamente inútil. Magda se encargaba de que tuviera presente estos hechos.

- Gracias a Cirio, y no a Pedro – aclaraba con vehemencia - pudimos llevarte sin saber si todavía vivías, hasta la caverna, con la excusa de prepararte para una santa sepultura, al resguardo de las miradas de todos – Issa contemplaba una furia ya innecesaria, en los claros ojos de Magda y sus cabellos bermellos. Le gustaba sentirla apasionada. Había sufrido mucho y tenía sus razones para reprocharle esto, pero él necesitaba pensar en su misión, sin enredarse en cuestiones viscerales, pero a pesar de toda este torrente de emociones, ella había observado algo extraño en todo este tiempo… similar a lo que el percibió en su calvario... - y lo de Judas… - se le quebró la voz – yo tampoco puedo creerlo, estoy segura que él hubiese estado aquí con nosotros... no dejes que tus ojos te engañen. No todo es lo que nos cuentan.

Para Issa, el Nazareno, no era novedad el encono entre Pedro y Magda. Pero, si lo sorprendió la ausencia de aquél, desde el momento que lo apresaron. Lo vaga idea de una sospecha le fue invadiendo su cabeza como un rizoma, cada día de convalescencia. En una de las primeras noches que acamparon, camino hacia la costa, Magda le confesó entre susurros, que se había cuidado de no divulgar las gestiones de Cirio. Ella y Maria, su madre, comenzaron a germinar cierta desconfianza hacia la mayoría de los apóstoles, pero en especial de Pedro. Con los primeros por ignorantes, con el otro por su comportamiento distante. Y luego de la espantosa noticia de la traición de Judas, menos. Algo no cerraba. Gracias a Dios, no estaban solas, Santiago también se les había unido.

Luego que los ayudara a escapar de Jerusalén, Cirio volvió para ver como evolucionaban las cosas, tiempo después que los soldados romanos verificaran que Jesús no estaba más en la caverna. Al cabo de varias semanas, sin registrar novedades alarmantes, decidió alcanzarlos nuevamente con algunas “nuevas”, no tan buenas, pero “nuevas” al fin.

La noche desértica y el aire salado, amenazaba con bajas temperaturas. Las llamas de la fogata ubicada en el centro del campamento, crepitaban y chispeaban a voluntad del viento, iluminando irregularmente los rostros y más allá, el contorno de algunas carpas. Issa, agradeció a Dios la presencia de Cirio entre ellos.

 

- Maestro, luego de tu crucifixión, tuve noticias que Pedro ha tomado el liderazgo del grupo de apóstoles – informó – aunque, no se lo ha visto desde el día de tu detención.
Lo que Cirio y nadie sabía, era que Pedro había decidido no mostrarse desde ese preciso momento, previendo alguna emboscada de los mismos romanos. Como nuevo líder, había ordenado que los apóstoles se dispersaran de a pares. Seguro de la muerte de Jesús, para Pedro, el cabo suelto era Magdalena y tenla que ocuparse de eliminarla decididamente. Lo de Judas había resultado más simple de lo que supuso. Los arreglos para que los soldados se encargaran de él, resultó suficiente. Pero tenía que encontrar a María, era su carta de seguridad, debía hablar con ella para convencerla de apoyarlo para el Nuevo Tiempo que se iniciaba sin el liderazgo de su Hijo pero sí con su bendición.

Nadie supo que a la madrugada siguiente de la crucifixión de Jesús, Pedro había rodeado desde muy lejos el monte Sinaí y se extrañó al ver a los dos ladrones carroñeados por los cuervos, y que faltaba la cruz del medio, donde debía estar su Maestro.


Entre la prostituta de Magdalena y María, se decidió por buscar a la madre de Jesús. Le preocupaba que luego de varios días no apareciera por ningún lado. Coincidía también con la ausencia de Santiago... Días más tarde, un soldado romano le confiaría, a cambio de cinco denarios, que Pilatos permitió bajar el cuerpo del llamado Jesús, para que su madre y otros familiares le dieran sepultura. “Lo habitual es que a los crucificados se los dejara allí hasta pudrirse” pensó Pedro, dibujando en su rostro una mueca de disgusto. ¿Y ahora dónde estarían?, se inquietaba. Muy a pesar que se había esmerado en buscar a la madre de su Maestro, no había rastros de ella en la ciudad. Había llegado hasta la casa de María y preguntado por ella a vecinos, parientes y allegados. Ahora se le agregaban  las sospechosas ausencias de Magdalena y Santiago. “Cobardes, huyeron” se convenció. Sin ánimo de empastarse en una búsqueda que a fin de cuentas, lo debilitaría, optó por reagrupar a sus temerosos  compañeros. Ahora debía insuflarles valor. Si María no aparecía, debía minimizar su ausencia. Debía continuar con su plan.


En el tiempo que Magda o Magdalena, como la llamaban los apóstoles, se unió al grupo , reconoció muy temprano la mirada desconfiada de Pedro , haciéndole sentir que no era bienvenida. Que su pasado la condenaba. ¿Y qué pretendía seduciendo al Maestro? le recriminaba con frecuencia. La culpaba de querer separarlos, de romper la confianza entre el grupo de seguidores. “Ella debía respetar a Jesús”, le recordaba Pedro, “como hombre que era y no intentar atraer su atención burdamente”. Magda escuchaba pacientemente esas conjeturas y se burlaba afirmando que si el Mesías se dejaba tentar por una insignificante mujer, ¿Qué sentido sublime tenía su prédica? En estas ocasiones Pedro se alejaba maldiciéndola para sus adentros.
 
Luego de la crucifixión, los demás apóstoles, temerosos de seguir la suerte de Jesús, comenzaron a reagruparse bajo las indicaciones de Pedro, que parecía controlar la situación y los nervios. Ninguno de ellos percibía su inquietud por la inesperada ausencia de María aunque sí los aliviaba la de Magdalena.

- Pedro ¿Dónde se habían ido las mujeres?- preguntaban.  
Los más temerosos lo asediaban pretendiendo que él debía conocer su paradero. Luego comenzaron a plantearle otras dudas, basadas en rumores que circulaban.
- ¿Es verdad que María y Magdalena llevaron al Maestro a sepultarlo?
- ¿Por qué no nos avisaron?
- ¿Adonde fue? ¿Resucitó?
- ¿Por qué Magdalena estuvo con el Maestro en sus últimas horas?
- ¿Y dónde está Santiago?
- ¿Tomarán represalias?

Pedro debía tranquilizar la ansiedad de los apóstoles. Le fastidiaba el protagonismo que estaban teniendo desde la ausencia, tanto María como Magdalena ¡Y ahora se venía a enterar que Santiago también había estado allí! Entonces las dos mujeres y Santiago sabían lo que había sucedido. Tenía que encontrarlos. Por intermedio del mismo soldado romano con el que había arreglado lo de Judas, pudo localizar la caverna donde habían llevado a Jesus. ¿Por qué ese lugar? ¿No lo iban a dejar en la cruz? Cuando ingresaron nada había allí, sólo telas bañadas en sangre, todavía fresca. ¿Habría resucitado? La voz corrió. Y los apóstoles, a pesar de la inquietante ausencia femenina y la de Santiago, con esa buena nueva, se sintieron reconfortados. A Pedro le dio tiempo para pensar con algo más de tranquilidad. Aunque horas mas tarde comprendió que si Jesús había resucitado, ¿qué sería de él y de su suerte?

Hasta que una tarde llegó la novedad. Alguien allegado al Maestro les había hecho llegar su mensaje. ¡¡Jesús estaba vivo!! y los esperaba al sur de Galilea, sobre la costa. Enviaría un mensajero que les serviría de guía. Ante el júbilo del grupo por la noticia, Pedro permanecía en silencio. Infirió que las cosas se le iban de las manos. El mensaje indicaba que esperaba a “sus” apóstoles en un campamento a orillas del Mar Mediterráneo. Con el ánimo en ruinas y presionado por el entusiasmo del grupo, a Pedro no le quedó más remedio que seguir las indicaciones del otrora servidor de Pilatos, amigo de Magda que se hacía llamar ahora el apóstol ecubierto, y que le dejó a Juan y a Tomás aquel mensaje – para él – perturbador

- ¡¡El maestro nos espera!! – confirmaban excitados a sus compañeros. Pedro disimulaba un falso contagio.
- ¡¡Es el triunfo de la vida! - afirmaba Mateo.
- ¿Los demás estarán con el Maestro? – A Pedro le daba vueltas las cabeza. La noticia lo estaba desmembrando. Observaba el comportamiento infantil de esos hombres temerosos, débiles y ahora extremadamente confiados. Comprendió que así como se ilusionaban, podía sembrarles algunas dudas. La hipótesis de la persecución por parte de  los romanos tenía todavía suficiente fuerza.

- ¿Y quién nos llevará hasta allí? ¿Un romano? Les recuerdo que la prudencia debe gobernar nuestras decisiones. ¿Y si resulta una emboscada? - Advirtió Pedro y el grupo guardó silencio, comprendiendo los riesgos. “Pedro piensa en todo”, se convencían. Y agregó – Si debemos transmitir la Buena Nueva de la resurrección, porque es lo que está dicho en las Escrituras, lo haremos con cautela. Nos seguiremos manejando como hasta ahora, de a dos.

- Pedro tiene razón, acompañó Andrés.
- Iremos con Tomás. Si nos sucede algo, Andrés asumirás el liderazgo, el Maestro vería con buenos ojos esto – los demás asintieron la propuesta de Pedro.

La marcha duraría, según palabras del romano que los conduciría hasta el Maestro, unos tres días. Debían dirigir su marcha hacia Galilea sobre las costas del Mediterráneo, unas sesenta leguas al sur, donde estaba el campamento del Jesús. Cirio, se acercó a Pedro y le susurró hablandole al oído.

- No se qué es lo que has hecho, pero el Maestro, que ahora debes llamarlo Issa, dice que te perdona, pero que debes redimirte profesando con humildad lo que te pidió en el desierto. Pedro, ensombreció su semblante y se apuró a responderle

- Lo negué, cuando me necesitaba – Cirio asintió como restándole importancia a las justificadores de Pedro. Ya se había formado una opinión a partir de lo que había visto y de la furia de Magda reclamando severidad a Jesús.

- También te reunirás con María, Magda y Santiago, que están con él – Cirio, lo miró fijo y satisfecho. Pedro no pudo evitar una mueca de fastidio

Una tormenta de arena había sorprendido a los tres hombres. Llegaron sobre el atardecer del tercer día de marcha. Desde el campamento de Issa, en dirección al norte, aparecieron las tres siluetas recortando el horizonte, hacia la caída del sol. Pronto se tornarían reconocibles. El bueno de Cirio había cumplido otra vez: los había traído. ¿Pero por qué tan pocos? Cirio se disculparía luego alegando que Pedro no confiaba en él y quería asegurarse que no era una trampa. Andrés había quedado al mando del grupo.

Jesús, sorprendido por la pobre comitiva, se esforzaba en revisar si alguien más seguía a los tres caminantes y se preocupó que hubieran sufrido algún ataque. Uno de ellos quizás algo excitado, agitaba sus brazos en señal de saludo.

Pedro fue el primero en reconocer la figura de Jesús. ¿Cómo lo había logrado? Era un milagro...(¿?) La realidad es que no estaba solo y que había recibido la ayuda de este romano, que les advirtió que debía dirigirse al Maestro como Issa, la serpiente de Magdalena, María y el traidor de Santiago. Por unos segundos se apoderó del apóstol una furia muy profunda, que lo hizo cerrar el puño con fuerza.

El Maestro levantó su mano derecha en señal de bienvenida. El reducido grupo se acercaba a paso firme, luego de una sigilosa marcha durante dos días y dos noches con una tormenta en el medio y cuidando que nadie los siguiera.

Issa otrora el Jesús de Nazareth, les preguntaría muchas cosas. Pero por sobre todo Pedro debería comprender la importancia de Magda en la Misión por la que había venido a esta tierra y abandonar su enemistad hacia ella. Difícil empresa. Pero tenía un plan y existía una posibilidad. Necesitaba confiar en Pedro, pero algo oscuro lo rodeaba y recordó su expresión helada cuando lo descubrió entre la multitud que lo vituperaba, vencido, camino a su crucifixión. ¿Era eso mismo que encolerizaba a Magda? Algo le decía que sea como fueran, las cosas no podrían ser como antes.

A medida que se acercaban, los nervios de Pedro se crispaban. La misma sensación que había tenido cuando Jesús o Issa desgarrado y vencido, lo reconocía entre la multitud,, y él, impávido se había alejado con un gesto endurecido de desprecio en su rostro.

Otra vez volvió a sentir aquella puntada de remordimiento.


 

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