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Entre el humor y el horror
Los desdibujados límites en la oración a San Barreda

 

La oración a San Barreda se alimenta del imagina    rio del macho acosado por la esposa. Una suerte de animal domesticado por obra y gracia del despotismo marital y el espíritu carcelero de una suegra. Erigir a una asesino como “Santo Patrono de los Varones Oprimidos por el Matrimonio” tensiona las relaciones entre varones y mujeres dibujando una irrealidad a partir de iconizar a quien asesinó a su esposa, su suegra y su hija.

En ocasión de escribir “El dificil lugar de la seducción" y "El amor en tiempos del feminismo”, una lectora cuestionó la foto de la estampita de Barreda santificado que acompañaba el texto, argumentando que le quitaba seriedad al artículo.
 

Se utilizan recursos de humor apelando a cierto heroicismo del Santo, un tono épico y una virtual resistencia que convoca a una legion de creyentes. Para quien no conoce la historia del odontólogo, resulta una figura simpática. Pero el horror que encubre su historia, la  prisión perpetua a la que fue condenado se constituyen en elementos objetivos que sancionaron de manera categórica el latrocinio cometido por este femicida.
 

El ultramachismo tan arraigado en nuestra sociedad, diluye el tono trágico con este pintoresco santito de utilería, para ganar favores pavos y nimios. El autor anónimo invita a los machos pseudocastigados a que “Si llegamos a casa pasadas las tres de la madrugada en un estado cuestionable, y vemos dentro luces encendidas, antes de ingresar, recitar apretando fuerte la estampa “San Barreda, San Barreda, que no joda ni me agreda” Sin embargo encubre, como habitualmente ocurre con todos los abusadores, una doble moral. A la par de una arrolladora vida social, se edifica su otra cara, la privada, que aflora tarde, muy tarde, cuando la tragedia es un hecho y la comunidad se persigna para espantar al demonio que envuelve esas historias.
 

El autor apela a dogmas patriarcales como el de la crianza de los niños. Eso es cosa de mujeres como todo lo relacionado con lo doméstico. “Al volver cansados luego de un día de trabajo, empezamos a oír las historias de los chicos en la escuela, la vecina y el verdulero, la novela de  las dos” . El punto es que, más allá de la defenestración de lo hogareño, lo que le ocurre a sus hijos es equivalente a lo ocurrido en la novela, y éste es otro límite que se desdibuja, reafirmando un varón despótico, ausente, apático e incapaz de amar a sus hijxs y demostrarlo. 
 

Finalmente, el autor saluda a la supuesta feligresía, una cofradía precámbrica e intolerante, apelando a unirse a una causa desde el lugar de víctimas y encomendándose al criminal, como símbolo de justicia. 

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