
EDUARDO MAROSTICA
La forma políticamente correcta es mencionarla como aislamiento social obligatorio. Pero es una cuarentena como jamás nadie imaginó. Tal vez hoy, un día en modo troskonoide, donde las ganas de patear el tablero se acumulan en un nivel suficiente como para desconfiar de todo. Y como una cuerda que te invita, violenta, a gravitar y mirar hacia abajo, uno se llama a la reflexión y busca coherencia en medio de este encierro que hastía. Y lo peor es que uno se encuentra solo, aislado, con síndrome de abstinencia de abrazos, caricias, de charlas y mates de celebrar la amistad en tiempo real y a quatrocchi, como dicen los tanos. Y nos volvemos irritables, con la pérdida de no saber bien qué día de la semana es (ya una costumbre), y volvés a recuperar el ánimo hasta que escuchás a un idiota del Gobierno que comienza a dar protocolos sobre sexualidad segura. ¿Ya no alcanza con ponerte preservativos?, tampoco podes besar, y como no hay uno que te cubra la cara, porque morirías asfixiado, te invitan a virtualizar tu intimidad. Lo que hace unas semanas hubiera sido calificado de onanismo horroroso, hoy se rescata como sexualidad oficial, recomendable, que no compromete la salud pública. Huxley imaginaba hace noventa años atrás “Un mundo feliz” con seres humanos viviendo una sexualidad al tiempo que ignoraban que la controlaba el Estado; en "1984", nadie podía escapar al ojo del Gran Hermano...
¿Parece o algunos derechos civiles comienzan a pasárselos por el trasero en nombre de la salud pública? ¿Es producto de una mente troskonoide o hay una voluntad de aumentar el control sobre los cuerpos de hombres y mujeres? Escuchás que en este páis la pandemia está controlada porque somos solidarios… ¿u obedientes?
¿Cuánta mella social generará el miedo instalado entre nosotros?. Hanna Arendt plantea que el poder, es lo que hacemos juntos en un espacio común (de aparición dice ella), pero sentís que alguien o una fuerza biopolítica extraña, te empuja a que te aísles porque el espacio común está – por ahora – cercenado. Y también se alimenta el botonerismo, “denunciá si ves a alguien en la calle paseando sin ir a algún lado” alientan desde los medios oficiales y opositores. Chau manifestaciones de contra y de adhesión, de marchas y contramarchas. El indice de la delincuencia disminuyó abruptamente, los asesinatos también. Céneca, se burlaba de que los romanos hacían un desierto y lo llamaban paz. Volviendo a la lucidez de Arendt, agregaba que cuando a un pueblo se lo aísla, se deja la puerta abierta al totalitarismo, porque el déspota, prefiere atomizar la voluntad popular, ya que no le interesa revisar el termómetro social, sólo imponer, porque para ello se apropió de los mecanismos violentos del Estado. Lamentablemente en este otro argumento encuentro coherencia. Porque alguien sale ganando en todo esto, y como siempre, los que ganan en este mundo son los mismos: pocos, ocultos y poderosos.
Comienzo a reconocer la cotidianeidad de algunos absurdos que además tienen legalidad.
Quedate en casa, quedate piola. ¿Todo pasa?