
EDUARDO MAROSTICA
Las masculinidades del Siglo XXI ¿Saludables?
Cuando escucho hablar de masculinidades alternativas, nuevas masculinidades, otras masculinidades, lo primero que pienso es un varón diferente al modelo tradicional, normalizado. Como si fuera una materia electiva en el plan de una carrera de constituirme como varón, donde hay otras que son obligatorias y troncales. En otras ocasiones la percibo como un desvío de lo que “debería ser”, y que es la masculinidad “del guapo”, del que hace ostentación de su sexualidad, (siempre hétero), que consume en modo predador (difícil imaginar un macho vegetariano). Un tipo que no se quiebra, porque los hombres no lloran y la potencia los enmarca. Ése es un verdadero “macho argentino”, el que le abre la puerta a la mina en clara señal de caballerosidad y paga la cuenta sin chistar. Y que nadie se atreva a mirar a su chica porque se pudre todo, o mucho peor, si es que ella mira a otro. Este varón de líneas duras, tiene su némesis, el tanguero, que siempre anda llorando de bar en bar, por una mujer y que anda con ganas de pegarse un corchazo, en alguna sórdida tarde dominguera, para no sufrir más.
Y pienso en el riguroso condicionamiento de nuestra educación, como varones, ¿tenemos elecciones? Desde pequeños, casi desde nuestro nacimiento, quienes tienen la responsabilidad de nuestra crianza, nos marcan un camino, a veces sutil y otras muy taxativo, sobre lo que debemos y no debemos. Desde los juguetes con los que nos ofrendan cada cumpleaños, o día del niño donde refuerzan la idea de lo que “seremos” de grandes. Y aquí aparecen las expectativas de los adultos que tienen sobre uno.
Alguien podrá acusarme de agorero o exagerado, pero es muy claro que los niños y niñas juegan a ser adultos, por lo tanto un juguete que estimule su imaginación barriendo la casa o construyendo un edificio, hace una diferencia ¿no creen?
Sobre este punto quería hacer una aclaración, todos los juegos tienen una expectativa sobre qué tipo de relaciones de poder establecerá en la adultez. Y sobre estas expectativas podemos encontrar un componente que se proyectará sobre la sexualidad. En el caso de los varones tradicionales, una sexualidad de dominación, de la preponderancia de la cantidad por sobre la calidad del vínculo. En términos criollos, “tener minitas” es más que construir un vínculo.
En este punto me pregunto: ¿un varón que no se emociona, que no desarrolla la empatía, que no se permite expresar sus sentimientos, que no se reconoce en la fragilidad de su existencia, es una persona sana? ¿Ese tipo de masculinidad aprendida es saludable? ¿Por qué los varones viven menos años que las mujeres? “Mi marido va al médico sólo cuando no puede más”, decía Roberta una vecina que entrevisté en el marco de un relevamiento que pertenecía a un programa social y me extrañaba que toda la familia conformada por niños, niñas y mujeres tenían médico de cabecera, menos José, el único varón adulto, su esposo .
Algunas exacerbaciones sobre la masculinidad, en modo tradicional resultan tóxicas, nos envenenamos de un machismo que sin darnos cuenta nos juega en contra. El ejercicio opresivo y de dominación, se termina volcando hacia uno mismo, y como no aprendimos a escuchar y empatizar, tampoco lo hacemos con nuestro cuerpo y nos quebramos cuando a veces es tarde.
Pienso en las masculinidades aprendidas, las masculinidades en pugna ante la afrenta de los movimientos feministas y surge una posibilidad, ciertamente sistémica, de que si las mujeres no sostienen otros modos frente a nosotros, estamos ante la posibilidad de revisar nuestras prácticas masculinas, y de reproducir desde otro lugar, desde otra masculinidad, la que enseñemos a nuestros hijos en los tiempos venideros, una masculinidad que los preserve, una masculinidad saludable.