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La deuda del Mono (2009)
 

El río lo tentaba a metros. La navegación era ese hallazgo que lo seguía deslumbrando desde hacía unos meses. Había descubierto que la sensación de placer que le brindaba el siempre desafiante contacto con el agua del Paraná, no podía traducirla en palabras. Hacerse un tiempito ese viernes, entre la escuela y antes del baile era toda una afrenta en su agenda personal. Prácticamente durante todo el día el río y el baile habían ocupado su cabeza. El río que tanto le gustaba, sabía que si hacía todo bien podría disfrutarlo un poco. Pensar en el baile de esa noche lo excitaba tanto como lo preocupaban las obligaciones que provenían del compromiso asumido con sus compañeros. Esto sí que lo ponían contra las cuerdas de su responsabilidad.

Tenía que llamarlo a Willy para avisarle que tenía la plata de todas las entradas. En realidad le faltaban vender dos pero se tenía fe que las vendería en la entrada del club. Caminó aceleradamente hasta la estación de servicio donde consiguió dos cospeles, ese teléfono cuando no funcionaba se los comía. Como tenía unas monedas de más se aseguró otro. Giró el pesado disco del teléfono de la estación de servicio y esperó el tono. La intermitencia desde la otra punta de la línea le avisaba que estaba ocupado. Miró el reloj del bar. Eran más de las tres de la tarde. Cortó y volvió a intentar: lo mismo. Cortó y se quedó pensando un rato más. Miró hacia el cielo a través de las ramas de los frondosos plátanos que había en la vereda. El bailoteo de estos gigantes le anunciaban que había cambiado el viento. “Uy cambio del sudeste, mañana llueve” “Mejor lo llamo a Gabi a ver si tiene un rato para ir a remar” Con el cambio de planes intentó ahora con el número de su amigo del Club remeros.

“¿Hola?”

“Che, soy yo infeliz”

“Ah, qué hacés”

“¿Che, Viste que cambió el viento?, mañana va a llover, ¿querés que vayamos un rato a remar?” “Dale yo puedo después de las cinco de la tarde”

“Sí y le damos a los remos un par de horas” y agregó “Después aguantame al centro, que me quedaron dos entradas que las tengo que vender temprano”

“Dale, nos vemos en remeros a las 5”

Cortó con su amigo y volvió a llamar a Willy, seguía ocupado. Si bien quería darle la tranquilidad que le entregaría la plata de las tarjetas, no quería decirle que le faltaba vender dos entradas. “Lo veo a la noche, le doy la guita y listo” se convenció.

 

Willy, estaba con el Cabezón haciendo el recuento de las entradas vendidas. Como si fueran agentes de bolsa, cada llamado le confirmaba la cantidad vendida en calidad de “anticipadas”. Faltaban algunos compañeros, entre ellos el Mono. Ese viernes por la mañana en la escuela le había asegurado, que lo llamaba para confirmarle la cantidad que había vendido y que si podía pasaba por su casa a llevarle el dinero.

“Mono colgado”, protestaba Willy.

“¿Qué hora es?” le pregunta al Cabezón que contaba las entradas con el sistema de los puntos del truco.

“Y... van a ser las cinco” le confirma el Cabezón y agrega “es un boludo, yo te dije ...”

“Si, pero me aseguró que pasaba” argumentaba Willy tratando de justificarlo

“No sé cuando porque hoy a las 8 de la noche le tenemos que dar la guita al gallego del club” recordaba el Cabezón, mientras seguía con los palotes y negando con la cabeza “Al mono le falta rendir todas las tarjetas, ¡la puta que lo parió!”

“¿lo podemos llamar?” insistía Willy

¿Adónde lo querés llamar, boludo? ¿con señales de humo? Si este no tiene teléfono y vive en el culo del mundo”.

Willy se lamentaba no haberle exigido antes la rendición de las tarjetas, pero confiaba en Aníbal. No era de fallar.

 

 

El río se mostraba inquieto como esos animales que se agitan antes de la tormenta. Chasqueaba salpicones de agua en sus caras cada vez que hundían su remos. El viento había aumentado su intensidad bien marcada del sudeste. Gabi y el Mono disfrutaban una vez más ese paseo, hacia la orilla la sombra de los edificios más nuevos entremezclados con centenarios árboles en la barranca ofrecían su sombra cada vez más amplia y estirada sobre el río, hasta por momentos tocarlos. El atardecer se presentaba glorioso, hacia adelante el viento les recordaba que mañana seguramente no podrían remar por las condiciones climáticas que empeorarían durante la madrugada del sábado. “Hicimos bien en venir” se felicitaba el Mono “Si, mañana el río va a estar muy picado y no vamos a poder hacer una tiradita” le contestaba con acierto, Gabi. Allá lejos se alzaba la Cancha de central con sus torres de iluminación que también abrazaban el río. La ciudad encendía sus primeras luces, y de a poco la luz del día fue cediendo para dejar paso a una noche majestuosa. Una ráfaga de viento les desestabilizó la piragua pero rápidamente lograron equilibrarla con los remos. Más hacia el sur alcanzaron a divisar un barco de gran envergadura. Pensaron al unísono el oleaje que produciría. “Mejor volvamos para el club” sugirió Gabi. Comenzaron a virar el bote a la altura de la desembocadura del arroyo Ludueña.

 

 

El Club español era un hervidero. La música sonaba al palo y cientos de chicas y chicos daban vueltas por la pista. Había muchas y estaban buenas, lo que auguraba una noche perfecta. El clásico temor era que ocasiones como estas el club se convirtiera en un mar de bolas, eso era lo peor que te podía pasar, o bien que las minas que fueran sean unos vagallos.

El Cabezón estaba que volaba, ya habían tenido que rendirle la plata al gallego del club y la plata del Mono seguía sin rendirse. Le metía fichas a Willy que estaba confundido y no encontraba justificaciones ante tamaña cagada. Simplemente no le contestaba, no sabía qué decirle. Su ánimo mutaba de la bronca, al desconcierto y la excitación por las chicas de María Auxiliadora y las amigas de su prima que habían venido todas y estaban un camión y medio. Pero no entendía al Mono que siendo las 10 de la noche no había ni asomado la cabeza. Su altura le permitía - que con un pequeño esfuerzo de cuello - tener un panorama de la gente que había entrado, pero no se lo veía.

 

“Mirá, allá” dijo Willy al cabezón señalando la figura de un flaquito de inconfundible tez blanca. “Te dije que venía, no es un cagador” aunque aclaró “un poco colgado el tipo pero no cagador”.

Con su dedo índice le señalaba al Cabezón donde estaba. El Mono del otro lado dejó escurrir una sonrisa cuando los vió y les devolvía el saludo desde la otra esquina.

“Hola chicos” una morocha de ojos muy claros los interpelaba. “¿Qué hacen? ¿No bailan?”

Willy y el Cabezón se miraron, no estaban acostumbrados que los apuraran de esa manera. Igualmente se repusieron inmediatamente y se justificaron “Y como organizadores tenemos que estar en todos los detalles” se adelantó el Cabezón. ¿Viste el tema de la plata y todo eso? “ se daba importancia. “Cerramos unos detalles y nos vemos” le explicaba.

Se alejaron en dirección a donde habían visto al Mono García.

¿Te gusta la flaca?” le preguntaba Willy que no había abierto la boca.

“Y está buena..” se justificaba

“Adonde se fue?”

“¿Quién, la Flaca?”

“No, salame, el Mono, otra vez desapareció”

“Mejor que rinda las entradas. Vamos para allá a pedirle la guita después haceme pata con la amiga de tu prima”.

 

 

 

El viento comenzó a soplar más fuerte y en medio giro la piragua se balanceó bruscamente pendularon un rato como una boya y esta vez no alcanzaron a recuperar el equilibrio. El bote sin más vaivenes se tumbó quedando los muchachos boca abajo. Los sorprendió la hermética oscuridad del agua del río, fría, cerrada. Estaban allí. Pensaron diferentes formas de arreglar aquella situación. Gabi pensaba dar vuelta la piragua, el Mono con el remo en la mano pero en posición invertida habría sugerido balancearse nuevamente para recuperar la vertical, ejercicio que habían practicado algunas veces. Cuando quiso tocar a Gabi para avisarle lo que pensaba hacer no lo encontró. Se asustó ¿Dónde estaba su amigo? Trató – desde esa posición – de soltarse del hueco donde se hallaba. En el intento se le soltó su remo. Cuando llegó a la superficie, lejos de lamentarse de la pérdida buscaba a gritos a su amigo.

“Acá estoy boludo”, le grita desde el otro lado de la piragua.

“Me asusté gil” le reprocha el Mono “¿por qué te soltaste si la podíamos dar vuelta?”

“Pasa que perdí el remo”, se justificaba Gabi.

¿Lo encontraste?

No

¿Me parece que el mío está allá? señalaba una silueta que divisaba entre los destellos del reflejo del agua.

“Andá a buscarlo”

“No puedo, no sé nadar”

“Sos un boludo, ¿por qué no te pusiste el chaleco?”

“Nunca me lo puse, bola, ni me acordé, dale andá vos, que viene ese barco directo a nosotros” su voz denotaba algo de ansiedad. Gabi miró para donde venía el barco, sintió un cosquilleo en el estómago, el barco estaría a unos cien metros, casi encima y ellos flotaban a la deriva agarrados de la embarcación y necesitaban un remo, al menos uno. Lo tenían a la vista, estaba allí, el pibe calculó la distancia y se mandó. Al cabo de unos minutos a oídos del Mono llegó el grito que lo tranquilizaba “¡lo tengo! Voy para allá”.

 

 

“Ché, donde se metió el Mono?” le preguntaba el Cabezón. Willy, otra vez desconcertado se encogía de hombros respondiéndole sólo así ante la insistencia de Ariel. Parecían la parejita de Chips, buscando al evasor de la Ley.

“Yo lo ví por acá”, aseguraba Willy.

“Para mí que no tiene la guita y se está haciendo el boludo”.

Con un gesto de manos echó por tierra ese absurdo - “No, cabezón, pero es raro”

“Mirá”, con asombro vieron como el Mono desde la otra punta, a unos doce metros, tal vez les sonreía. El Cabezón le hizo entender mediante señas si había traído la guita. A la distancia el Mono los tranquilizó con un cabeceo inconfundible. Se reía.

¿Ves boludo?” lo confirmaba Willy, “debe estar atrás de algunas de las amigas de mi prima” y agregó “dejalo a ver si después nos echa en cara que le rompimos las bolas justo cuando se la iba encarar a Julieta”

“Ah, si claro, porque justamente Julieta le va a dar bola, la otra que está re fuerte se va a fijar en él” Los dos sabían que el Mono estaba embobado de la poderosa pechuga de Julieta, que tenía un lomo producto de 3 horas de natación diarias y un trasero al cual no había pantalón que le quedara mal, hasta el uniforme de adoratrices, que era espantoso y aún así le quedaba un vagón. En realidad el Mono no era el único que andaba atrás de Julieta pero era quien más se había manifestado abiertamente su admirador.

 

El ronroneo del motor del barco se había hecho más fuerte. Al cabo de unos minutos el agua comenzó a agitarse y Gabi que había quedado a contracorriente no alcanzaba la piragua donde Aníbal le hacía señas de que se apure. Por primera vez sintieron cada uno por su lado el frío que impone la incertidumbre de una noche que se había convertido en una suerte cerrada matizada de sombras de todas las formas que querían reconocer. Se había cerrado sobre ellos una serie de eventos que los ponían al borde de un abismo que ni siquiera se animaban a mirar. El oleaje del transatlántico ahora sacudía con fuerza la embarcación, el Mono que estaba pendiente del éxito de la empresa de su amigo no había considerado que las olas que produciría ese gigante que pasaba muy cerca lo despedirían de la embarcación, cuando quiso recuperar la atención había perdido la noción de donde estaba la piragua, que marchaba a la deriva y seguramente encallaría por la cancha de Central o en Sorrento, en donde el río toma una curva pronunciada. Una segunda ola lo sumergió y el pavor le heló la sangre y puso sus pelos de punta. Cuando volvió a emerger a fuerza de bracear enloquecidamente escuchó los gritos de su amigo que lo llamaba a garganta pelada.

“Agarrame” alcanzó a contestarle “me ahogo”.

“Estoy acá cerca” con el remo intentaba ayudarlo. “¿Y la piragua?” “la perdí con la ola del barco” el mono tosía escupiendo agua con gusto a pescado.

“Quedate con el remo que la voy a buscar”

Para Aníbal, la empresa a la que estaba dispuesto su amigo no lo tranquilizaba. El remo no alcanzaba a mantenerlo a flote y ya había tragado agua en varias oportunidades. Estaba perdiendo la confianza en que ese pedazo de palo lo tuviera a resguardo hasta que Gabi, - que aunque sabía nadar - volviera ¿y si no encontraba la piragua? Ya no se veía nada. Lo llamó y no le contestó. Volvió a intentar. En medio de esos gritos una violenta ola de agua marrón lo cubrió por completo arrollándolo y haciéndolo soltarse del remo. Gritó como pudo, en medio de los borbotones que brotaban de sus ahogados gritos, por un momento alcanzó a escuchar a su amigo que le devolvía el llamado. Parecía estar cerca, pero el volvía a tragar agua marrón una y otra vez . En un segundo eterno sintió una mano que lo sujetaba firme y lo empujaba hacia él.

“No te soltés boludo” Le volvía a advertir Gabi, luego le preguntó por el remo, pero al Mono lo que le importaba era la fuerza con que lo sujetara su amigo. Alcanzó a rogarle que no lo suelte. Gabi cuando había percibido que con el oleaje del barco no llegaría a la piragua, entonces se volvió y desde allí alcanzó a divisar – sólo por la sombra que proyectaban las luces - la silueta del Mono. Cuando luego de la ola no lo vió, pensó lo peor. Aceleró las braceadas y lo alcanzó en un desesperado intento hasta que pudo tomarlo de una mano. Allí se dio cuenta que el remo no estaba. Lo habían perdido. El panorama se ponía cada vez más denso. Tomó con firmeza a su amigo pero no sabía para donde ir. Le había parecido que unas luces acudían a sus desesperados gritos. El Mono sentía que el frío y el terror se apoderaban de él y entre sollozos le rogaba que no lo soltara.

“No me soltés, Gabi, no sé nadar”

“Aguantá que veo una lancha, me parece que nos vieron”.

“No puedo más, Gabi” le dijo mientras veía que una luz muy potente los alumbraba.

“Aguantá que vienen para acá, no me soltés”

Por primera vez, Anibal sintió un abatimiento y en la oscuridad marrón pensó en las entradas, tenía que ir y explicarles que sólo dos entradas eran las que no había podido vender, pero que iba a estar todo bien porque llegaría más temprano y las vendería y si no él pondría la guita. Sería un poco colgado pero era de palabra. Una presión muy fuerte en el pecho lo hizo encoger, sintió la mano de Gabi que lo sostenía con fuerza y lo empujaba a la superficie. Pudo respirar una vez más, pero había tragado muchas veces y en realidad tosió y tuvo ganas de vomitar, no sentía las piernas, sólo la presión que le infundían los fuertes dedos de Gabi, que lo tiraba una y otra vez hacia arriba, hacia él.

“Aguantá que allá vienen, los puedo ver, vienen para acá”

El Mono no pensaba con claridad, el chaleco hubiera sido lo más adecuado, la próxima vez se lo pondría, pobre Gabi tenía que tenerlo a él como una bolsa de papas. Se tendría que preparar con un buen baño caliente, tenía frío. Las entradas, tenía que llegar antes para vender esas entradas. Sus viejos no estaban para pagar ese dinero, eran dos entradas, pero tenía que llegar antes. Ya no sentía la presión en el pecho, tampoco el apretón de la mano de su amigo. Se sentía un poco mejor. Sí, si todo salía bien, esta noche podría ir un poco antes.

 

Serían las 4 de la mañana y salían del Club y no habían vuelto a ver al Mono. A decir verdad eran los únicos que lo habían visto. El Cabezón no podía dejar de pensar en las tarjetas.

“Más vale que el lunes venga con la plata”.

“Tal vez tengamos noticias mañana domingo”

“Si dale, vos crees todavía en los reyes magos”.

“No, te lo digo en serio.” se defendía Willy

Hacía frío y todavía tenían que esperar el colectivo que los llevara hasta la zona de Fisherton.

Más allá la Flaca junto a Julieta subían al Ford Taunus de uno de los papás, que las había ido a buscar. Cuando los vieron les hicieron señas saludándolos. El Cabezón y Willy se codearon, quizás zafaban de la espera del colectivo y los acercaban en auto. La noche no estaba perdida.

 

Cuando la lancha de prefectura llegó, vió un muchacho que se debatía en el agua como si buscara algo. Parecía que no los esperaba. El prefecto se anunció por el altavoz y le pregnutó si estaba bien. El joven no le respondía. Le avisaron que le alcanzarían un salvavidas. El joven no lo agarraba, cosa que hizo que le indicaran que lo agarrara. Uno de los marinos se acercó adonde él estaba y lo ayudó a tomarse de su brazo.

“¿Estás bien pibe?”

“No pude, no pude” – decía el pibe.

“No pudiste qué” el pibe seguía repitiendo.

“¿Ibas con alguien?” - insistía el prefecto.

“No pude tenerlo, se hundió, no pude”

El prefecto le avisó al oficial del altavoz que eran dos y faltaba alguien que aparentemente se había hundido. Inmediatamente encendieron otro reflector y comenzaron a patrullar la zona una vez que levantaron al pibe que continuaba repitiendo, en estado de shock que se le había escapado y que no había podido evitar que se hundiera su amigo.

 

El Mono soñaba que llegaba al baile a tiempo y que veia a Willy y el Cabezón lo veían y se tranquilizaban. Se sentía extraño porque a pesar de no haber podido vender las dos entradas que quería decirles algo sólo encontraba que podía sonreírles. En la inteligencia que podían resultar mejor los gestos que las palabras a la distancia, supuso que podía regresar y descansar. Había sido un día tremendo y todavía sentía un poco de frío. Les devolvió el saludo cuando se aseguró que lo habían visto. Sintió mucho sueño pero la música lo mantenía despierto. De pronto la vió a Julieta y quiso decirle algo pero no encontró las palabras adecuadas. Además parecía como que ella no lo había visto. Bah, en realidad siempre se había comportado igual, como si no lo viese. Se lo perdonaba porque estaba muy buena.

Se acordó que Willy lo cargaba con ella y que había dejado correr una pequeña ilusión que tal vez en ese baile, las cosas cambiarían, ahora que los locales eramos nosotros.

Levantó la mirada y volvió a ver a Willy que lo miraba y al Cabezón que le hacía señas. Él se encogió de hombros y se rió. Sintió un sopor y como si flotara sobre el aire. El cansancio volvía a invadirlo. Quería dormir un poco, ya comenzaban las lentas.

 

El lunes la noticia había cerrado todas las puertas de la esperanza de un solo golpe.

El Mono Anibal García había muerto, se había ahogado trágicamente en el Río Paraná, a la altura de la desembocadura del arroyo Ludueña. El desafortunado hecho se había producido en el atardecer del viernes, casi cuando la noche se ganaba la oscuridad. Al parecer, la piragua en la que navegaban - producto de la sudestada y la inexperiencia de los remeros - había volcado y cuando habría llegado la prefectura solamente habían encontrado a uno de ellos en estado de shock. Este joven se habría salvado milagrosamente dado que sabía nadar pero no había podido ayudar a su compañero que no sabía y no contaba con chaleco salvavidas.

Willy y Ariel se miraron, en medio de la conmoción de la noticia y el dolor que crecía hasta instalarse en la garganta y anudarla como queriéndola ahorcar.

Se preguntaban en silencio, ellos lo habían visto, no había dudas.

El Mono no había querido perderse por nada esa fiesta, además como Willy le había dicho tantas veces al Cabezón, él no era cagador, un poco colgado, nada más, pero cagador nunca. Ese día hizo el último intento para avisarles que no podía saldar esa deuda, que se había confiado un poco pero que no quería cagarlos. Les pedía disculpas. ¿Cómo no lo iban a perdonar?.

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