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El holocausto judío avergonzó a una gran parte de la humanidad. El genocidio armenio, también aunque en menor medida. Solo los armenios sobrevivientes de aquella masacre de principios del siglo XX intentaron transmitir ese horror a su descendencia. Cada mes de abril alguna pancarta, algún anuncio en la red, recuerda como una extrañeza para muchos el genocidio a manos de los turcos. Unos veinte años después, el régimen nazi legalizaba la caza, la detención, y confinamiento de millones de judíos, con una condena que terminó en la muerte de la gran mayoría. En todos los casos, la expropiación de sus bienes estaba a la orden del día.

Las guerras Santas, también infligieron dolor y muerte colonizando desde mucho antes que don Cristóbal por estas tierras. Me pregunto ¿cuántos genocidios en nombre de un Dios que no sabemos a quién pertenece, ni a quién protege, acaecieron en la historia de la humanidad? En el año 1215 Inocencio III, el papa que instauró los sacramentos de la confesión y el matrimonio, afirmaba que los judíos no se podían mostrar en Semana Santa por su condición de “infieles” y “esclavos del pecado”. Condenados a usar prendas especiales, además les obligaban a pagar un impuesto especial. Esta teoría antisemita, sostenida por Tomás de Aquino, se asentaba en que los judíos debían pagar por su “crimen” con una servidumbre perpetua. Este status de siervos, argumentaba este doctor angélico, daba derecho a los príncipes a considerar lo bienes de los judíos como propiedad del Estado. Aquino, por sus servicios conceptuales, fue canonizado en el centenario de su nacimiento.

 

No es extraño que en algún punto, como afirma Hanna Arendt, en “Un estudio sobre la banalidad del mal”, el estado de derecho legitime la barbarie, como lo fue asesinar judíos y expropiar sus bienes, durante el régimen nazi. Hitler no salió de un repollo, sino que su doctrina, hoy demonizada, tenía su asidero en lecturas dominicales, que predican intolerancia y sumisión. Como escribe Juan José Sebreli en su libro “Dios en el Laberino”, que los nazis – antes de la solución final - fueron fieles seguidores de la fe cristiana.

 

Los armenios de Estambul profesaban la fe católica de la iglesia ortodoxa (heredada de los romanos en Constantinopla), y fueron expulsados y arrasados por los turcos islámicos. Los nazis contra los judíos y también con los gitanos. Las guerras “santas” que impulsaba el Vaticano para ampliar sus horizontes y doblegar las almas turbias de medio oriente, que seguían las enseñanzas satánicas de un tal Mahoma. La intolerancia como denominador común. La religión como vociferador de diferencias irreconciliables y generadora de profundas grietas sociales. Aunque como afirma Sebreli, al Jehová del Antiguo Testamento, no le gustaba como se ponían las cosas en la Tierra ni lo que hacían sus creados, y ordenó un diluvio universal, para “cortar y barajar de nuevo”. Años más tarde tuvo similar proceder en Sodoma y Gomorra, pero esta vez con fuego...

 

Protágoras profesaba que el hombre es la medida de todas las cosas, ¿y quién sabe? Tal vez no vendría mal, convencernos de que este Dios caprichoso, dispuesto a conservar rencores durante siglos y a veces con muchos deseos de manipular, está hecho a imagen y semejanza nuestro.

Destierros, confinamientos y genocidios

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