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Las sospechas del carpintero

 

 

El carpintero no tenía muchas pretensiones. Al igual que su padre él también tenía la piel de sus manos curtida por el trabajo sin descanso, tal como su abuelo que le había enseñado y así sucesivamente varias generaciones más. Aquel oficio representaba el orgullo de su familia y el reconocimiento de toda la sociedad.

Hacía tiempo lo preocupaba el desinterés en el oficio por parte de su hijo. Definitivamente éste no seguía el camino que le marcaba la tradición de la familia, si bien lo ayudaba en el taller todas las veces que se lo requería, resultaba evidente que aun cuando él hubiera puesto todo su empeño en transmitirle los secretos del arte del trabajo con la madera, por momentos comprobaba que todo resultaba una tarea inútil e infructuosa.

En muchas ocasiones quiso dialogar con su esposa sobre este tema pero ésta le devolvía una silenciosa y severa mirada, reprochándole aquel reclamo que consideraba injusto, conociendo todo lo que ya sabía. Desde hacía mucho que él había guardado con celoso pudor el secreto que le había confesado en aquel entonces su novia, acerca de una pasión imposible de la cual su hijo era la consecuencia más notoria. Sólo el amor ciego que sentía por ella pudo más que sus prejuicios y las habladurías en el pueblo. No la rechazó como era su deber, sino que además se casó con ella, aunque sus padres no se lo aconsejaran. Habiendo transcurrido tantos años no se arrepentía por haber tomado esa decisión. Amaba a su esposa, a pesar del amenazante desgaste que imponen los años y de su empecinamiento en interceder ante su hijo recordándole la promesa que le había hecho en aquel momento. Todo se remontaba muchísimos años atrás, cuando él tenía un poco más de veinte años y ya conocía a la que sería su esposa muy joven con la cual había decidido vivir todos los días que le quedaban. Pero el sorpresivo embarazo y las circunstancias que los habían rodeado en aquel momento, regresaban nítidas sobre la rutina de su presente.

  • “Si en el terreno del amor un hombre se equivocaba, las consecuencias quedaban quizás en su conciencia, pero en la mujer se manifestaban en su vientre” - se convencía.

 

A pesar del dolor que lo invadió en aquel momento comprendió que el amor por María estaba por sobre todas las cosas, a pesar de sus errores.

Pero cada vez que reprendía a su hijo para que pusiera más atención en el uso de alguna herramienta del taller anhelando la continuidad que él esperaba, ella intercedía en ese momento con la mirada, y más tarde dándole la espalda en la cama.

Nunca terminó de creer esa historia que con lágrimas en sus ojos le contó sobre una misteriosa concepción. Lo que sí sabía era que estaba embarazada y que quien se estaba gestando en su vientre no era hijo suyo. Abrumado por tanta sinceridad no quiso que apedrearan a su esposa aunque las leyes lo habilitaran a hacer eso. Y la protegió de la única manera que podría haberlo hecho: Casándose.

  • El tiempo curaría las heridas y las sospechas. - repetía como una letanía.

Pero el tiempo transcurrió hasta que el comportamiento de su hijo, convertido en un joven en edad de aprender el arte de la carpintería y tomar algunas responsabilidades en el taller, comenzó a inquietarlo de veras y a generarle una comezón. De la misma manera le preocupaba el hecho de que en edad de sentar cabeza, su hijo no frecuentara, ni mostrara interés por alguna mujer.

El padre jamás se hubiera animado a confesarle a su mujer sus más oscuros temores acerca del muchacho. Pero el panorama no resultaba alentador: no quería trabajar, se la pasaba vagando – según él meditando - siempre andaba balbuceando en soledad y las mujeres no le interesaban.

 

Pero lo de hoy había sido el colmo.

 

Sería la hora cercana al mediodía. El aroma de la comida que preparaba su esposa comenzaba a impregnar el espacio de la carpintería. Tenía que cumplir con un pedido importante, los tiempos no le daban y reprochaba en silencio la falta de colaboración, mientras tomaba las medidas de corte. En ese momento vio la sombra que proyectaba la silueta de su hijo anunciando su presencia.

El padre hizo como que no se había percatado de él. Lo ofuscaba que recién a esa hora se apareciera por ahí. ¡Hacía más de cuatro horas que trabajaba sin descanso! Aquel encargo representaba la comida de todo un mes. Y su hijo se aparecía a la hora del almuerzo...

 

  • Necesito hablar contigo – le dijo, y le clavó los ojos mientras su padre cortaba un tirante con la sierra.

  • Quiero comunicarte algo muy importante - insistió

El hombre no pestañeaba y había dejado de aserrar la madera. Con la ausencia del ruido producido por la herramienta y un gesto elocuente de fastidio, esperó a que continuara. El hijo había quedado en el mismo lugar que cuando había llegado. Suspiró antes de tomar fuerzas

  • Quiero irme de casa, iniciaré una nueva vida.

Por fin, conoció a alguien, pensó el padre.

  • Bueno te felicito ¿cómo se llama?

  • ¿Quién?

  • Te vas a casar ¿no?

  • Yo no dije eso.

  • Pero ... no terminas de decirme que empezarás una nueva vida ¿no es así?

El padre dejó las herramientas y se incorporó de la incómoda posición en que escuchaba a su hijo.

Le dolía la espalda y se masajeó presionando con sus pulgares en la cintura hasta recuperar la posición vertical. Sus brazos formaron una amenazante jarrita.

  • ¿Y si no conociste a ninguna chica y tampoco te vas a casar, me podrías decir qué es lo que vas a hacer?

  • A cumplir la palabra de mi padre.

  • Yo soy tu padre – el semblante de José comenzaba a adquirir un rubor colérico. Siempre le molestó que su hijo no se dirigiera a él como su padre. Le fastidiaba y le recordaba el dolor de su humillación. Motivo de un enervamiento mayor le resultaba el silencio cómplice de su esposa cuando estos episodios se producían en su presencia.

 

Su hijo le sonrió como si tratara de comprenderlo. Habitualmente este gesto rebalsaba su paciencia, entonces echaba manos de todos sus recursos para no abalanzarse sobre él y castigarlo. Con esfuerzo optó por preguntarle si esto ya lo sabía su madre. Un rítmico cabeceo fue lo único que obtuvo por respuesta.

En ese momento decidió que esa noche hablaría con su esposa. Aquel muchacho se estaba convirtiendo en algo que le quitaba el sueño y sin embargo su esposa aún sobreprotegía incomprensiblemente. Su hijo - que orillaba los treinta años - no daba muestras de continuar ni la tradición familiar ni su apellido... qué pretendía hacer?

  • Los hijos siempre sorprenden a los padres – repetía a menudo su esposa María, cada vez que su esposo la acorralaba sobre las cuerdas de su vergüenza e incomprensión.

  • También me volverás a decir que lo que yo le pido no está en su destino ¿No?

  • Así es – María lo contemplaba con cariño. Aquel hombre no merecía padecer todas esas dudas.

  • ¿Por eso no me llama padre?, ¿a pesar de todo lo que hice por él? - tantas veces había tenido lugar ese reclamo que hasta le avergonzaba reconocer la vigencia de su enojo.

  • No puedo contradecir lo que está escrito ... me gustaría que comprendieras.

  • ¿Comprender qué? ¿Que mi bastardo hijo siquiera me escuche cuando le pido una mínima colaboración en el taller? - sabía que aquellas palabras golpeaban duro el corazón de su esposa, pero luego de un silencio gélido prosiguió - Y no pidas que me calle, no puedo, María, no puedo. No pudimos tener más hijos ... y la persona que crié y alimenté durante todo este tiempo ... ¿ni siquiera me llama “padre”?. - su voz se cortaba por la rabia y el dolor instalado en su garganta - No no puedo entender a un Dios que pida esto - concluyó.

 

María contemplaba en silencio la furia en las palabras de su esposo. Era la primera vez que la miraba de ese modo. “Muchos años” pensó para sí misma. Los ojos de su esposo cargaban la furia de la resignación que después de mucho tiempo se liberaba.

  • Tal vez sea Su Hora – sugirió María, en silencio rezaba para que un milagro compensara todo este esfuerzo de años y reproches

  • ¿Pero de qué vivirá? - la voz de José volvía a un tono reflexivo - ¿Se convertirá en un vagabundo?

María reprobaba esta idea con la negativa de su cabeza,

  • Hará lo que está escrito que haga – confirmó

  • esa respuesta no me alienta en mucho ¿cómo saber si esto que nos pasa está escrito?

  • Ya hablamos de esto muchas veces ¿no?

  • Sí pero siempre contamos con mi paciencia y mi silencio.

  • Eso no es así, porque la que cargó con la sorpresiva irrupción de nuestro hijo fuí yo.

  • ¿Nuestro hijo? Creo que estás dando por sentado algo en lo que yo jamás participé

  • Lo has criado y e hiciste todo lo que se puede esperar de un padre

  • lo hice más porque te amaba y temía perderte, creo que no hace falta aclararlo, justo ahora – Jose tomó impulso y contuvo una oleada de furia – jamás me ha llamado padre ¿te parece justo? ¿y quién guardó este secreto que nadie hubiera creído?
    María pensó que lo que había sucedido con su tía, que pudo concebir ya anciana representaba un milagro, y tanto ella como su esposo celebraron la venida de la concepción y la vida aunque fueran a criar un nieto más que un hijo. De todas formas podría asegurar que durante esos años sucedieron cosas extrañas y ella misma se había sorprendido. Sus cambios físicos, al principio imperceptibles a los ojos de los demás, cada mensaje que extraía de sus sueños, representaba una silenciosa fuerza que la sostenía. Cada día de su vida agradeció poder contar con José. De no haber sido por él las piedras hubieran sido protagonistas de su muerte lenta y segura.

A pesar del dolor que le causaba estas discusiones, sí reconocía que en esta oportunidad su esposo le devolvía retazos de una historia compartida pero vivida tan diferente por cada uno. Sólo ella sabía el secreto de su concepción, una historia que nadie se hubiera atrevido a creer. Sólo creía que José le había creído, pero no. Precisamente él, su noble José a quien amaba con ternura, intentaba desvestirse ante ella de todos sus sentimientos contradictorios. Tal vez en esta oportunidad tenía razón con respecto a su hijo. El silencio impuesto por las rutinas del trabajo y la inclaudicable necesidad de ganarse el pan, no les ofrecían ocasiones de conversar acerca de ellos. Caminaban juntos pero había poco diálogo. El enojo de su esposo le permitió reconocer su inconmensurable amor, pero por otra parte la desazón, porque él continuaba convencido que ella había cometido un error. Toda su verdad había quedado a un costado. Había resultado más tozudo de lo que en un principio lo había creído. Aunque también le demostraba que su amor estaba a prueba de fuego, pero que esa misma llama alimentaba rencores insospechados.

 

José continuaba contemplando a María. Sus ojos le transmitían una paz inexplicable. Sólo tenía la certeza que la amaba. De su hijo esperaba algo más, pero él no se comportaba como hubiera querido. Con amargura, se convencía que la carpintería permanecería abierta sólo mientras él continuara en esta tierra y la trabajara.

 

El tiempo le daría al carpintero claridad para comprender aquella verdad que su esposa le había confesado hacía tanto tiempo. También comprendió por qué su hijo de quien siempre esperó que lo llamara padre jamás se ocuparía de la carpintería. Por primera vez se alegró que esto no fuera así. Seguramente se ruborizó al recordar sus airados sermoneos y agradeció la sonrisa benévola de este muchacho que su madre había llamado Jesús y que la gente lo refería como su hijo. José sabía que en parte era así y que había tenido la posibilidad de protagonizar un misterio que jamás se olvidaría y que por ese milagro su destino estaba marcado.

El día brillaba con un sol radiante. La luz ingresaba por una de las ventanas del taller. Tenía un importante encargo por cumplir, las herramientas esperaban por él. Tomó uno de las piezas de madera que comenzaría a aserrar, mientras en su rostro se dibujaba una sonrisa - por primera vez en muchos años – al pensar que su hijo no vendría a trabajar. Al fin de cuentas, pensó, los hijos nunca dejan de sorprender a sus padres.

 

Eledu 2010

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